“Sumamente malo, que causa daño intencionalmente”, es la definición del Diccionario de la RAE para el adjetivo “perverso”. La segunda acepción dice: “Que corrompe las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas”. La etimología confirma el significado. Joan Corominas lo rastrea hasta el verbo “verter”; y Hugo Gómez de Silva lo ancla en el latín “perversus” (“malo, apartado o desviado de lo que está bien”). Y este de “pervertere”: “volver al revés, girar hacia donde no está bien”.

La denuncia de la ex primera dama Fabiola Yáñez contra el ex presidente Alberto Fernández por presunta violencia de género cuando él estaba en el cargo, seguida de los videos sobre el comportamiento del entonces jefe de Estado con famosas panelistas y periodistas, oscilan entre lo criminal y lo patético desde la perspectiva del presente. Pero cuando estos hechos son puestos en el contexto histórico, el cuadro que componen esos comportamientos confirma que la cuarta experiencia “K” representa un gobierno de perversos. Tal y como lo definen los diccionarios.

Gozadores sin represión

El ex mandatario, denunciado de ser un presunto golpeador, se jactó de librar una cruzada contra la misoginia. “Estoy muy feliz de estar poniéndole fin al patriarcado”, se ufanó Alberto. Era 2021 cuando decía en Tecnópolis: “Les prometo que el primer feminista voy a ser yo”.

De ese acto participaron Fabiola, embarazada, y la entonces ministra de Mujeres, Elizabeth Gómez Alcorta. Justamente, el ex presidente se declaró abanderado del feminismo tras crear esta cartera. En contraste, Yáñez denuncia que cuando acudió al Ministerio de la Mujer, en lugar de respuestas, encontró silencios. Y un consejo: “esperar”. Hacer esperar es el posgrado de los perversos.

La ex primera dama es víctima de esa perversión. No menos cierto es que antes fue victimaria. Ella es la agasajada de la “fiestita de Olivos” para su cumpleaños, el 14 de julio de 2020. Eran tiempos de aislamiento social y se iniciaron unas 100.000 causas judiciales contra ciudadanos pescados en el ominoso delito de salir a comprar pan. Ni hablar de enemigos públicos con la octogenaria Sara Oyuela, rodeada por fuerzas de seguridad cuando sacó una reposera a una plaza porteña para tomar sol. O de sátiros como el remero Ariel Suárez, perseguido por helicópteros cuando entrenaba en Tigre: lo rodearon patrullas policiales para labrarle un acta por violación a la “cuarentena dura”.

En contraste, de Olivos entraba y salían vedettes y estilistas en horario nocturno, y hay casos en que ni siquiera se labró el registro de visitas. La “fiestita de Olivos” consolida el perfil de perversos de los que gobernaron. En términos psicoanalíticos, y aunque la idea de perversión está sujeta a los cambios en las sociedades, hay una idea común invariable, vinculada con el goce: el perverso goza sin ningún tipo de represión. Hasta el punto que, mientras reprime con la Justicia y las fuerzas de seguridad a la población, hasta el punto de prohibirle despedir a sus muertos (algo inconcebible desde los tiempos de Antígona, hija de Edipo), pueden soplar velitas y cantar el “Cumpleaños Feliz”.

Un mes después de ese lindo momento de perversa impunidad, el cáncer se llevaba a Solange Musse, de 35 años. El fiestero cuarto gobierno “K” le negó su último pedido: decirle adiós a su padre. No lo permitieron. La gestión del presidente que recibía en el despacho presidencial a estrellitas de televisión para tomar cerveza y hacerse dedicar cartitas de amor era inflexible con los argentinos de bien. Solange no pudo pedirle a su papá que le dijera “algo lindo” antes de partir.

No fue una cuestión momentánea. En mayo de 2021 un chico de 14 años fue detenido en la localidad santiagueña La Cañada cuando iba a cargar la garrafa familiar. El padre, “Chicho” Flores, denunció que la Policía lo golpeó y lo insultó. “Era una emergencia. No teníamos con qué cocinar. Esa noche no pudimos cenar”. El entonces Presidente, casi huelga decirlo, no se privaba de cenar…

A fines de 2020 ese oprobio también tuvo al territorio tucumano como escenario. En noviembre de ese año se tomó una foto cuya ignominia la ha hecho imborrable: el papá de Abigail Jiménez, una niña de 12 años que padecía cáncer, cruzaba caminando la frontera entre Santiago del Estero y Tucumán, cargando en brazos a su niña. En el control caminero de Yutu Yaco, la Policía santiagueña no dejó pasar el vehículo. Abigail falleció dos meses después.

Alberto, siendo Presidente, no caminaba ni siquiera para intimar con famosas en la mismísima sede del Poder Ejecutivo Nacional: para eso usaba el ascensor de la Casa Rosada.

Irresponsables

Las fotos de la “fiestita de Olivos” comenzaron a difundirse entre el 12 y el 13 de agosto de 2021. Yáñez devino víctima. Los reclamos contra su pareja coinciden con esos días. “Entre ayer y hoy me pegaste”, le dice ella al entonces jefe de Estado en los mensajes de celular, fechados en ese lapso.

El aparato oficialista intentó de todas las maneras posibles desmentir la “fiestita”. Afirmaba que la imagen era falsa: que era un fotomontaje. Lo trucho, sin embargo, era el mismísimo Gobierno.

La palabra del poder perdió toda autoridad. Y el Presidente se convirtió en un sujeto apestado para la opinión pública. Casi un calco del octavo círculo del Infierno descrito por Dante Alighieri en la “Divina Comedia”. La décima fosa es la de los falsarios, atormentados por las llagas y las pestilencias.

A la credibilidad ya la había minado el escándalo del “Vacunatorio VIP”, en febrero de 2021. En Tucumán, el Sindicato de Trabajadores Autoconvocados de la Salud marchó con los guardapolvos de los héroes de la salud pública muertos en la guerra contra el Covid-19. Pero las primeras vacunas no fueron para ellos, sino para los funcionarios y amigos del kirchnerismo. La respuesta de Alberto, en México, fue un elogio de la perversión. “Terminemos con la payasada: no existe un delito por vacunar a alguien que se adelantó en la fila”. En simultáneo, le pedía renuncia a Ginés González García como ministro de Salud, a quien la Justicia procesó el mes pasado por ese escándalo.

Lo inverosímil es la alegre irresponsabilidad con la que el kirchnerismo se desentiende de su propia gestión. Cristina Kirchner dice ahora que Alberto “no fue un buen jefe de Estado”, como si ella hubiera militado en Juntos por el Cambio. Todo el Gobierno fue malo y ella fue la Vice. Pero la intendenta de Quilmes, Mayra Mendoza, declara a Cristina, la electora de Alberto, como una víctima de Alberto. Tienen la patente en la técnica de “volver al revés” el “orden habitual de las cosas”.

Fabiola Yáñez publicó un mensaje de agradecimiento tras la denuncia contra Alberto Fernández

El cuarto gobierno K es la primera vez de demasiadas cosas. De un Presidente acusado de violencia de género. De una Vicepresidenta condenada por corrupción. De la perversión como política de Estado. El álbum de fotos que compone debiera ser el último de su tipo.